Euno y la primera gran rebelión de esclavos II. La esclavitud de las fuentes


Tumba de un esclavo romano en Francia. Aún conserva el collar, las cadenas y los grilletes en los pies

En el artículo anterior “Euno y la primera gran rebelión de esclavos I. Libertad y muerte” narramos la historia tal y como ha llegado hasta nosotros.


En cuanto a su interpretación, se puede decir que existen tres líneas. La marxista contempla lo sucedido como un episodio clásico de lucha de clases, en la que los oprimidos, los desposeídos, sin distinción de origen (sirios, griegos, cilicios, sicilianos…) se unen para luchar contra el opresor, aquellos que acumulan la riqueza. Cuentan con buenos argumentos, como la extensión del fenómeno a otros territorios donde se reproducían idénticas o similares condiciones y la colaboración con los elementos más desfavorecidos de entre los hombres libres, y no solo en Sicilia, el movimiento llegó incluso a contar con simpatías entre la propia plebe romana: “La población, lejos de conmoverse por las inmensas desgracias de los sicilianos, se mostraba por el contrario encantada, porque estaban celosos de la desigualdad de fortuna y condiciones. Los celos hicieron que la plebe pasara de abatida a alegre; porque el que una vez disfrutó de una fortuna brillante, ahora había caído en la condición más miserable. Lo más cruel fue que los rebeldes, con un refinamiento desalmado, quemaron las mansiones rurales, destruyeron propiedades y cultivos, pero perdonaron a los hombres dedicados a la agricultura. La turba, con el pretexto de castigar a los esclavos fugitivos, pero en realidad, por celos contra los ricos, vagaba por el campo, saqueaba sus propiedades y quemaba sus villas.” Esta idea, sin embargo, se contradice con el hecho de que Euno se proclamara rey y tratara de crear un reino a imitación del de los monarcas seleúcidas. Su respuesta es que, al no haber en aquel momento una teoría política ni una idea de estado “revolucionaria” (marxista) no tenían otra opción que adoptar y adaptar formas de gobierno existentes y que eran consideradas menos opresivas.

Por el contrario, otro grupo afirma que la revuelta tuvo un origen o bien religioso, dada la condición de adivino de Euno, que habría dirigido una suerte de secta violenta; o bien nacionalista, siria, según algunos, siciliana, según otros. Euno se corona como rey “sirio” y llama a sus seguidores “mis sirios”, mientras que es evidente que, como hemos visto antes, la población local, o al menos una parte, colaboró con los rebeldes y grandes ciudades, como Siracusa, no consta que se enfrentaran con ellos. En ambos casos estas teorías cuentan con elementos discutibles. Si bien Euno parece haber presumido de poderes como adivino y conoce los ritos de la diosa Deméter, esto no le distingue en nada de la multitud de sacerdotes, arúspices, augures, nigromantes, magos y brujas que pululaban por el mundo romano, sin que ninguno llegara a protagonizar episodios como este. Tampoco consta que sus seguidores realizasen ningún rito especial, abandonaran sus anteriores creencias o que Euno propugnase una nueva doctrina religiosa. En una sociedad netamente politeísta, la mayoría de la población se acercaba a una u otra divinidad, templo o sacerdote por múltiples causas, entre las que la curiosidad ocupaba un lugar importante, y con igual ligereza las abandonaba. Aunque se registran algunos episodios de crímenes y autoinmolaciones por motivos religiosos, estos raramente pasan de lo anecdótico. La única excepción conocida podría ser la “secta” de las bacanales dionisiacas en Roma, pero las causas de este movimiento no parecen haber sido tampoco únicamente religiosas y nunca protagonizó una rebelión armada ni violenta.

En lo que respecta al factor nacionalista, los esclavos procedían de infinidad de lugares, por lo que es difícil imaginar cómo pudieron crear, como conjunto, un sentimiento nacionalista. El que Euno se refiera a ellos como “mis sirios” indicaría tan solo que los consideraba ahora sus “compatriotas”. Evitaba, además, el uso del infamante “esclavos”, sustituyéndolo por la ciudadanía de un país que, como el que ellos estaban intentando crear, era en aquel momento un crisol de razas y culturas. Y sobre la idea del nacionalismo “siciliano”, parte de que los pequeños agricultores que se unieron a la revuelta pertenecían todos, o su gran mayoría, a los pueblos originales de la isla, y que lo hicieron con la idea de lograr la independencia de su país, ambos hechos no solo no probados, si no carentes de cualquier indicio que los señale.

Una tercera interpretación rechaza que la causa fuera el conflicto entre clases, la religión o el nacionalismo, y apunta a los malos tratos y el abuso de los dueños que exacerba el deseo de libertad de los esclavos y les hace perder el miedo al castigo. Es decir, el simple “factor humano”. Es lo mismo que sostienen los autores del relato que nos ha llegado y, además, por ser la explicación más simple es la que mejor se adhiere a los principios de la “navaja de Ockham”. Pese a ello hay dos factores que hacen cuestionársela. El primero es que, dado que la rebelión se extendió no solo por toda la isla, sino por el conjunto de los territorios controlados por la República Romana, si no hubo ningún otro factor implicado todos los propietarios debían ser igual de abusivos que Damófilo, por lo que este sería un amo “normal”, mientras que nos es presentado como alguien singularmente mezquino y despiadado. La segunda, y más importante, es que, como ya hemos comentado, coincide plenamente con la interpretación de los autores de la historia que ha llegado hasta nosotros. Y es hora de que nos centremos en este último y fundamental asunto.

Primera edicón completa de Diodoro traducida al latín en 1559 

La principal fuente sobre estos hechos es Diodoro Sículo, Diodoro de Sicilia, natural de esa isla pero que vivió casi un siglo después de estos hechos. Parece, sin embargo, que su fuente es su maestro Posidonio, que nació casi contemporáneo a la rebelión y que, además, era natural de la ciudad siria de Apamea, igual que Euno, por lo que es muy posible que dispusiera de buenas referencias sobre lo sucedido, incluidos posibles testigos. Ambos eran estoicos, (algunos autores consideran a Diodoro “ecléctico”, decir, que unía los postulados del estoicismo con el de otras escuelas filosóficas), y una de las bases del estoicismo es la aceptación del destino y la idea de “Dominación”. Esta idea, que ya formulan Platón y Aristóteles, parte de que el control, el “dominio”, de unos hombres sobre otros es imprescindible para que la sociedad pueda funcionar. Distingue entre “dominación” pública, y privada. En la primera se enmarcan distintas formas de gobierno, de las que ninguna es mejor que otra, sino que su calidad depende de la “moralidad” con la que se ejercen. Así, el lado oscuro de la monarquía es la tiranía, de la aristocracia la oligarquía y de la democracia la oclocracia. La otra dominación es la privada, es decir, el poder que unos hombres ejercen sobre otros fuera del ámbito público, en el privado, del que la esclavitud era, en aquel momento, una de las más comunes y plenamente aceptada. Pero esta dominación privada también debe estar regida por la moralidad. Si se ejerce de forma abusiva, el sistema se deteriorará rápidamente.

En este caso, Damófilo nos es presentado como un prototipo de lo que no debe ser un amo de esclavos: un patán inculto, entregado al lujo y al derroche más absurdo y vulgar, y que trata a sus esclavos con la mayor crueldad. No cumple con su “obligación” de vestirlos y alimentarlos y les impone castigos crueles e injustificados. Es por ese motivo que se altera el orden social “natural”. Como prueba vemos que esos mismos esclavos respetan a aquellos que han ejercido su dominio sobre ellos de forma moral, incluida la propia hija de Damófilo.

Muerte de Cayo graco por Auvray Felix

En cuanto a Roma, esta tarda tanto y tiene tantas dificultades para aplastar la rebelión por que el dominio natural allí también se ha alterado. La plebe embrutecida disfruta con la desgracia de los ricos, y los “équites” uno de los tres órdenes en los que se dividen los ciudadanos romanos, están tratando de alterar el dominio natural del senado y la aristocracia sobre la República. Estos “équites”, una especie de clase acomodada pero sin ascendencia aristocrática y con acceso limitado a los cargos políticos, ya han sido presentados como responsables de la inactividad de las autoridades sicilianas frente a los primeros desórdenes en la isla. Encabezados por Cayo Sempronio Graco, contra el que Diodoro se muestra extremadamente hostil, han provocado una grave crisis política al pretender, entre otras cosas, el acceso a la judicatura o la revisión de las concesiones de tierras propiedad del estado a las grandes familias aristocráticas. Como consecuencia, la justicia y la propiedad son cuestionadas, el estado se debilita y hasta que no restaura ese orden interior no es capaz de hacer frente a la rebelión de los esclavos. Al final, todos los que han tratado de alterar esa “dominación” son justamente castigados: Euno muere en prisión devorado por las alimañas, Aqueo de hambre, abandonado por todos, Graco es asesinado….

Estamos, pues, ante un ejemplo claro que confirma, punto por punto, los principios ideológicos de quienes nos la transmiten. Así que lo primero que debemos plantearnos es si lo que nos cuentan es cierto. Y no lo es.

La ley impulsada por Cayo Graco que pretendía que los caballeros pudieran ejercer como jueces, y a la que responsabiliza de lo sucedido en Sicilia, no se presentó hasta una década después del fin del conflicto. En cuanto a sus otras acusaciones, como la de abandonar las provincias de Hispania y Galia al expolio por parte de los publicanos (todos équites), el despilfarro de fondos públicos o el debilitar al ejército con la introducción de reformas militares, nunca sucedieron. Diodoro, pues, manipula los hechos. Pero ahora nos enfrentamos a otro problema, fundamental siempre que tratamos con fuentes escritas del Mundo Antiguo: ¿es realmente Diodoro quien lo hace?, es decir, ¿es Diodoro el verdadero autor de los textos que han llegado hasta nosotros, al menos en su forma actual?

Busto atribuido a Epicuro

Aunque el epicureísmo fue en la Roma Republicana, y aún en la Alto Imperial, la corriente filosófica predominante, a las autoridades imperiales, y a todos los regímenes autocráticos que las sucedieron a lo largo de los siglos, incluida la Iglesia, siempre les gustó más el pensamiento estoico, que se esforzaron (y se esfuerzan) en difundir. Ambos tienen muchos puntos en común, como el considerar que el fin de la vida del hombre es ser feliz, y el resaltar que para conseguirlo es preciso controlar las pasiones, pero mientras que Epicuro y sus seguidores propugnan la búsqueda activa de la felicidad, en la que se debe perseguir aquello que nos hace feliz y eliminar lo que nos impide serlo, los estoicos proponen la aceptación pasiva del destino. La felicidad para los estoicos se logra aceptando, acomodándose, a la realidad de cada uno. Esto tiene unas connotaciones políticas claras. Los cesaricidas eran epicúreos, por poner un ejemplo, y trataron de destruir a quien ellos consideraban un tirano, mientras que la mayoría de los emperadores apoyaron e impulsaron la difusión de la doctrina estoica, muy útil para el mantenimiento del orden social, sea este justo o injusto.

Busto doble de Séneca y Sócrates, dos de los autores estoicos más citados

Como consecuencia, y pese a que en su momento fueron multitud, apenas disponemos de obras o referencias de autores epicúreos, mientras que abundan las del pensamiento estoico. Y esto es así porque ninguno de esos textos que atribuimos al Mundo Antiguo ha llegado hasta nosotros. Los conocemos, en el mejor de los casos, por copias de copias de copias… realizadas por personas al servicio de las élites intelectuales y políticas, siempre muy relacionadas, que se han ido sucediendo a lo largo de estos dos milenios. Y a quienes ocupan los escalones más altos de la pirámide social siempre les ha gustado el pensamiento estoico, con sus ideas de “Dominación” y aceptación del destino, entre otras. Así, se han copiado una y otra vez los libros de autores estoicos, o de determinados autores estoicos, mientras que han desaparecido muchos otros, simplemente porque no ha interesado dedicarles, siglo tras siglo, el esfuerzo y la inversión que supone copiarlos. E incluso estas copias sabemos que no siempre son fieles, ya que es frecuente encontrar diferencias sustanciales entre textos que nos llegan por vías distintas.
Raro fragmento de un pergamino de época romana encontrado en un basurero en el desierto. Al parecer, contiene un remedio para la resaca

En el caso de la rebelión de Euno de Diodoro no tenemos siquiera una copia completa, sino una serie de fragmentos recogidos principalmente en dos textos. El primero es la colección del patriarca de Constantinopla Focio, del siglo IX, que incluye un epítome de los libros 34/5. Nos ha llegado en forma de diversas copias manuscritas incompletas y con importantes diferencias entre ellas, que se trataron de unificar en la primera edición en 1601. El segundo es un resumen de esos mismos libros que se encuentra en la Excerpta Histórica Constantiniana de Constantino VII, del siglo X. Lo que nos ha llegado de ella está repartido por diversas bibliotecas, incluidas la del Escorial, y parte de los manuscritos se ha perdido y solo nos quedan las ediciones que se hicieron de ellos en época moderna. Los fragmentos que hablan sobre la rebelión de Euno se encuentran en la Biblioteca Vaticana. Todos presentan elementos comunes, pero también otros en los que no coinciden. Hay acontecimientos narrados de forma diferente, y algunos hechos que se mencionan en un texto no están en otro. Es, por tanto, probable que se haya producido algún tipo de alteración.

“La historia nos dará la razón” es, sin duda, la idea más dañina que se ha generado en la historiografía. Porque la historia no da o quita razones: enseña, nos muestra nuestra experiencia como humanidad para que podamos aprender de ella. La búsqueda de una justificación de los postulados, de las ideas, de cada uno en la historia ha conducido a una sucesión interminable de manipulaciones, ocultaciones o, directamente, falsificaciones en las fuentes, antes y ahora, que nos impide, con frecuencia, conocer la realidad de lo sucedido, y con ello destruyen nuestra memoria y el sentido mismo de la historia, que pasa a ser mera propaganda. Pero estas manipulaciones, cuando se descubren y se exponen, también nos enseñan mucho, no sobre los hechos originales, pero sí sobre la época y los hombres que las realizaron y sobre los que las reprodujeron y las llevaron hasta nosotros.

Y eso es, quizás, aún más interesante.

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