Euno y la primera gran rebelión de esclavos I. Libertad y muerte

 

Tumba de un esclavo romano. Aún conserva el pesado collar y la cadena  que debió cargar en vida

Cuando hablamos de Roma y de las rebeliones de esclavos todos pensamos en Espartaco o, mejor dicho, en Kirk Douglas interpretando a Espartaco en la película de Stanley Kubrick, pero, de hecho, y aunque sea el que haya acaparado la atención, Espartaco no fue el líder de la primera gran rebelión de esclavos, sino más bien de la última. Ese lugar le corresponde a Euno, un esclavo sirio en Sicilia que protagonizó la Primera Guerra Servil. Espartaco dirigió la tercera.

Estamos en el segundo cuarto del siglo II a.C. y Roma ha conquistado Italia, derrotado a los cartagineses y se ha convertido en la primera potencia del Mediterráneo. La vieja república de campesinos-soldados, duros como el pedernal, está desapareciendo a marchas forzadas, fagocitada por el imperio que ella misma ha creado, un fenómeno que se repetirá varias veces en la historia. Los inmensos territorios capturados, despojados a sus antiguos dueños ahora muertos o esclavizados, no han sido repartidos de forma equitativa, sino que han pasado a manos de una pequeña élite de mega-ricos que gracias a ellos se enriquecerán aún más. Los convertirán en inmensos latifundios destinados a proveer de trigo a la nueva urbe imperial, en rapidísima expansión gracias a la llegada masiva de esclavos, de emigrantes y, sobre todo, de antiguos campesinos que lo han perdido todo. Las pequeñas propiedades tradicionales, cuyos dueños deben permanecer largos años de servicio militar en el extranjero, muriendo y matando por la República, no pueden competir con los inmensos latifundios esclavistas, cuyos propietarios, además, controlan el senado, y con él los mercados y los contratos de suministro a la ciudad.

Estos ciudadanos desposeídos ya no pueden ser convertidos en esclavos, un logro que, por primera vez, pone a un colectivo a salvo de la esclavitud debido a su origen (a su estatus jurídico en realidad) con lo cual su única opción es morirse de hambre o ponerse al servicio de los poderosos como “clientes”, una forma nueva de venderse a sí mismos. De hecho, muchos esclavos que sirven a esos poderosos se encuentran en una situación mejor que estos “proletarii” cuya única posesión son sus propios hijos, su prole.

Y, por debajo de todos ellos, en el último escalón de la degradación social, están los esclavos usados como mano de obra forzada en minas o grandes explotaciones agrícolas y tratados como simple ganado. Diodoro nos cuenta que sus amos acostumbraban a marcarlos como a las reses. Esto, además de espantosamente doloroso y humillante, debía tener otra consecuencia psicológicamente aún más devastadora: privarlos de la esperanza. En el Mundo Antiguo, dado que no existía ninguna comunidad, raza o grupo específico predestinado a la esclavitud, los esclavos siempre podían conservar la esperanza de alcanzar algún día la libertad, bien por generosidad en vida o póstuma de sus amos, bien comprándose a sí mismos o de otras varias formas. Y la esperanza es uno de los mejores métodos de control social, como bien saben actualmente los gobiernos con sus, por ejemplo, múltiples y rentabilísimas loterías, que permiten a sus ciudadanos soñar con alcanzar la riqueza o, al menos, mejorar su situación. Por el contrario, los esclavos marcados de forma indeleble comprendían que jamás podrían escapar a su condición.

Tumba de un esclavo romano enterrado con sus grilletes

Euno era uno de esos esclavos. Entre los pocos datos que conocemos de él está su origen: procedía de la localidad de Apamea, en Siria, un territorio aún no conquistado por los romanos. Esto parece indicar que no se trataba de un prisionero de guerra. Aunque en el imaginario colectivo son las legiones y sus conquistas las que proveían de esclavos a Roma, en la práctica no eran suficientes. La economía y la sociedad romana tardorrepublicana tenían una necesidad continua de mano de obra que se cubría adquiriendo seres humanos por todo el Mediterráneo, e incluso mucho más allá. Estos podían caer en la esclavitud de muchas maneras: por deudas; por haber sido apresados en guerras ajenas a Roma, muchas veces provocadas con el único fin de lograr cautivos que vender a los tratantes de la urbe; o secuestrados por bandidos y piratas para vendérselos a esos mismos tratantes. Una vez llegados al mercado, nadie preguntaba su origen. De hecho, el auge de la piratería en el Mediterráneo en esa época pudo tener su origen en el negocio de capturar, en el mar o en la costa, esclavos para Roma, que por ese motivo la toleró, sino la impulsó, hasta que creció de tal manera que amenazó las propias vías de suministro de la ciudad.

Euno, en todo momento se define a sí mismo como sirio, al contrario que los esclavos de segunda o tercera generación que pierden rápidamente su conciencia de origen más allá de su propia condición de esclavos, conoce los ritos de la diosa siria Deméter, según nos cuenta Diodoro, y la mujer con la que vive, y a la que más adelante hará coronar reina, también es siria, y Diodoro la describe como συμπολῖτιν, que puede traducirse por conciudadana o paisana. Todo eso nos lleva a pensar que Euno nació libre y fue esclavizado, quizás junto a su compañera o esposa.

Euno aseguraba incluso que era capaz de comunicarse con la diosa, y que esta le transmitía mensajes gracias a los cuales podía adivinar el futuro. Diodoro afirma que: “Entre las muchas predicciones que pronunció, hubo algunas que se hicieron realidad, y como nadie recuerda los errores ni las falsas predicciones, mientras que se habla mucho de las que se cumplen, este hombre pronto adquirió una gran reputación”. Esta reputación traspasó los límites de las ergástulas de los esclavos y llegó hasta las casas de sus propios amos. Una de las predicciones que realizó es la de que llegaría a ser rey. Antígeno, su amo, un rico propietario que vivía en la ciudad de Enna, al saberlo lo invitaba a sus banquetes para entretenimiento y diversión de los invitados, algunos de los cuales, entre risas, y quizás medio en broma medio en serio dada su fama como adivino, le ofrecían grandes porciones de comida de sus platos, rogándole que, cuando alcanzara el trono, no olvidase su generosidad. Así que sus predicciones, por lo menos, lo llevaron a mejorar sus condiciones de vida. De momento.

Esclavos romanos sirviendo a sus amos en un banquete

Damófilo, uno de los más despiadados propietarios de esclavos de la isla, poseía grandes extensiones de tierra en torno a Enna que dedicaba a la cría extensiva de ganado, confiada a pastores esclavos[1]. Estos esclavos pasaban largos periodos en el monte e iban armados para proteger los rebaños de las bandas de salteadores, con frecuencia formadas a su vez por esclavos pastores armados. De hecho, Diodoro nos describe en Sicilia y Varrón en Italia una situación de pérdida de control de las autoridades sobre gran parte del territorio en favor de estas partidas de esclavos pastores, que actuaban en muchas ocasiones con el conocimiento, la complicidad e incluso el impulso de sus amos.

Así pues, tenemos una isla repleta de esclavos, la inmensa mayoría jóvenes y nacidos en libertad, muchos de los cuales van más o menos armados (armas cortas, palos o garrotes) y están acostumbrados a actuar de forma violenta. Para que la rebelión generalizada estallase solo hacía falta un catalizador, y ese fue Euno.

Damáfilo, según nos cuenta Diodoro, se negaba a vestir o tan siquiera alimentar a sus esclavos pastores, ordenándoles que se mantuvieran del robo a los viajeros en los caminos. También les infringía castigos brutales, en especial si protestaban. Estos, perdido el miedo y la esperanza, decidieron rebelarse y matar a su amo, pero antes se pusieron en contacto con Euno para preguntarle si los dioses aprobaban lo que iban a hacer. Este, que quizás llevaba tiempo esperando una oportunidad así, les respondió que los dioses apoyaban plenamente la acción, y les instó a actuar rápidamente, sin duda para evitar que los volubles inmortales cambiaran de opinión. La situación de premotín en la isla debía de estar muy avanzada, porque de inmediato cuatrocientos esclavos, encabezados por el propio Eunoo que practicaba otro de sus trucos favoritos, arrojar fuego por la boca, cayeron sobre la ciudad.

Enna en la actualidad

Enna, conocida como el “ombligo de Sicilia” por estar en su centro, fue, al parecer, fundada por los sículos, uno de los pueblos originarios de la isla, conquistada luego por los griegos, más tarde por los cartagineses y por último por los romanos. Situada en lo alto de un cerro, rodeada de acantilados y con fuentes de agua propias, era casi imposible de asaltar o rendir mediante asedio, por lo que todos los cambios de manos se debieron a traiciones desde el interior. Durante la Segunda Guerra Púnica, el gobernador romano, alarmado al ver como las ciudades se iban rebelando una tras otra para masacrar a sus guarniciones y pasarse al bando de Aníbal, decidió conjurar el peligro con un sentido práctico muy romano: reunió a los habitantes de Enna en el teatro y los asesinó a todos, sin distinción, asegurándose así una completa y permanente paz interior. Tras la guerra, fue repoblada por itálicos y griegos leales, que se repartieron los terrenos montañosos circundantes y los explotaron mediante esclavos.


Euno y sus compañeros no tuvieron ningún problema para superar las murallas y defensas, ya que los innumerables esclavos del interior se apresuraron a franquearles el paso. La conquista de toda ciudad es siempre, antes y ahora, un escenario de horror que es mejor no imaginar. Si a esto le añadimos que, en este caso, los conquistadores eran los propios esclavos locales y las víctimas indefensas sus antiguos amos, entramos en un escenario en el que todas las atrocidades que un ser humano puede idear contra otro se desatan y superponen, y en este campo los seres humanos, incluso los más garrulos, tenemos una capacidad creativa que no conoce límites.

No murieron, sin embargo, todos los ciudadanos de Enna, ni siquiera todos los dueños de esclavos. Euno demostró desde el primer momento una inteligencia y un control fuera de lo común. Comprendió que el verdadero poder no es el de matar, eso es muy sencillo, sino el de decidir sobre la vida y la muerte. Perdonó primero a los herreros, armeros y otras profesiones que necesitaba para equipar a su ejército y asegurar el funcionamiento de su reino. Ejecutó a sus propios amos, pero perdonó a aquellos que durante los banquetes le habían entregado parte de sus manjares, demostrando así que sabía gradecer los favores. Incluso perdonó a la hija de Damófilo, que siempre se había mostrado benévola con los esclavos y había tratado de ayudar a aquellos que sufrieron la brutalidad de sus progenitores. En cuanto al propio Damófilo, había huido a una de sus fincas en las montañas, pero sus antiguos esclavos se enteraron y lo trajeron a la ciudad. Dentro de lo que cabe tuvo “suerte”, Euno, decidido a levantar la estructura de un estado funcional, organizó para él un juicio en el teatro, al que asistieron los esclavos en el lugar de los ciudadanos. Damófilo intentó defenderse mediante un discurso que no debió entusiasmar a la audiencia, ya que dos exaltados exesclavos suyos saltaron al escenario, lo apuñalaron y le cortaron la cabeza con un hacha. Su esposa no tuvo tanta fortuna, fue entregada a sus criadas, que demostraron con ella esa creatividad de la que hablábamos antes. Y allí mismo, en el teatro, Euno fue coronado rey.

A emulación de los monarcas helenísticos, y más en concreto de los seléucidas, se ciñó la diadema, se puso los adornos reales, adoptó el nombre de Antioco, típico de los monarcas sirios, y formó un consejo de hombres con fama de ser los más sabios para que le ayudaran en las tareas de gobierno del nuevo estado. La formación del ejército fue confiada a un griego conocido como “Aqueo”, de origen aqueo naturalmente, sin duda un exsoldado o mercenario. Este Aqueo se había quejado de los excesos cometidos por los esclavos rebeldes, pronosticando que si no se restablecía pronto algún tipo de orden la rebelión sería fácilmente aplastada. Euno, lejos de enfadarse al escuchar estas críticas, le dio la razón y lo nombró su consejero, confiándole el mando de sus tropas. En apenas tres días armó a más de seis mil hombres con ganchos, hachas, hondas, guadañas, palos con la punta endurecida al fuego o espetones de cocina y, en vez de esperar la reacción de los romanos, se lanzó al ataque.

Monedas encontradas en Enna con Euno caracterizado como Antioco


Los rebeldes saqueaban las grandes propiedades, asesinaban a los dueños que no tenían la prudencia, o el tiempo, para escapar y liberaban a los esclavos, pero respetaban a los pequeños granjeros y a las explotaciones familiares, también enfrentados a los latifundistas. Eso le permitió ganar simpatías entre la población local y que no se produjera un abandono masivo del campo que desencadenara una hambruna. Euno actuó siempre con inteligencia y previsión. Muchos de los esclavos liberados se unían a su ejército, que así fortalecido derrotó varias veces a las guarniciones romanas y a las tropas enviadas por el gobernador, logrando con ello mejor armamento y equipo.

El levantamiento de Enna no parece haber sido un hecho aislado, sino el resultado del progresivo deterioro de la seguridad en Sicilia, del que hemos hablado antes. Un tal Cleón, de origen cilicio, encabezaba su propia rebelión de esclavos, y los romanos albergaron durante algún tiempo la esperanza de que ambos grupos se aniquilaran mutuamente, a fin de cuentas para ellos solo eran bandidos. Lejos de eso, ambos líderes se reunieron y Cleón se puso al servicio de Euno, aunando sus fuerzas. Juntos derrotaron al general romano Lucio Hipseo y a su ejército y, según las fuentes, se hicieron con el control de la Isla.
Mapa de Sicilia en la época de la Primera Guerra Servil

En Sicilia había varias ciudades grandes, como Siracusa, Catania, Taormina, Mesina o Agrigento, todas difíciles de conquistar y de las que solo nos consta que fue tomada Taormina y, quizás, Agrigento, por lo que es de suponer que, tras su caída, las demás llegaron a algún acuerdo con Euno o que su “reino siciliano” nunca dominó por completo la isla. Lo que sí hicieron fue derrotar a varios ejércitos enviados por Roma, por lo que su fama se extendió rápidamente, y como el problema de los esclavos no era exclusivo de Sicilia, las rebeliones inspiradas por la de Euno se extendieron por todos los territorios controlados por la República. En África, en Italia, en Grecia y hasta en la propia Roma se produjeron levantamientos, e incluso parece que llegó a contar con la simpatía de, al menos, una parte de la plebe romana, a juzgar por lo que dice Diodoro. 

El senado se vio forzado a tomar medidas y un gran ejército fue enviado a Sicilia al mando de Rutilio. Este cercó primero Taormina, que fue rendida por hambre, tras lo cual torturó y asesinó a los prisioneros, incluido un hermano de Cleón. La guerra era sin cuartel. Después se dirigió a Enna, que, tras otro duro asedio fue tomada, según manda la tradición, gracias a una traición en el interior. Cleón murió combatiendo, mientras que Euno y sus últimos hombres se refugiaron en las montañas donde continuaron la lucha hasta que, ya cercados, optaron por matarse entre ellos, aunque Euno prefirió entregarse. Según nos cuenta Diodoro murió en prisión, mientras que Aqueo perecería de hambre durante su huida, ya que todas las ciudades y pueblos le cerraron sus puertas. Después de la caída de Enna, cuya población fue nuevamente masacrada, la rebelión se extinguió rápidamente, quizá porque se ofreció algún tipo de perdón, ya que, según Diodoro: “La falta de esclavos y la necesidad de ellos obligó a los amos a recuperar a los rebeldes, porque no tenían otra opción”.

Esta es la historia tal y como ha llegado hasta nosotros, en el siguiente artículo “Euno y la primera gran rebelión de esclavos II: la esclavitud de las fuentes” hablaremos sobre su interpretación, sobre todo, de su autenticidad: ¿este relato es fidedigno?



[1] Existe una importante controversia entre los historiadores sobre si la base de la economía siciliana eran las grandes explotaciones cerealistas como se deduce de muchos textos de la época, las granjas pequeñas, o la ganadería extensiva. Las tres opciones no son incompatibles en una tierra con la orografía y la historia de Sicilia. A la población original de la isla se le había superpuesto la de las colonias de origen griego, que se habían adueñado de buena parte del territorio. Luego ambos grupos sufrieron las invasiones de cartagineses primero y de romanos después, cada uno con sus propios aliados locales, que se apoderaron de lo que quisieron, aunque los cartagineses solo para perderlo todo tras ser aniquilados por Roma. Esto, sin duda, tuvo que crear una estructura de propiedades de origen y características muy diferentes, en el que las antiguas pequeñas granjas que habían logrado sobrevivir a las guerras púnicas luchaban, como en la propia Italia, por escapar a la rapacidad de terratenientes y políticos y funcionaros corruptos. Por otro lado, es muy posible que, como sucede incluso ahora en esta isla y en muchos otros lugares, las tierras de los valles, las más ricas, se dedicaran al cultivo de cereales, mientras que las de las abundantes zonas montañosas se utilizaran para apacentar ganado de forma extensiva.

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