Quinto Atio Labieno; El Traidor

Aunque la publicidad de las obras de Shakespeare ha hecho que en nuestro acervo cultural actual Quintiliano aparezca como el traidor número uno a Roma, en la mente de los romanos, o al menos de los romanos de la época imperial, no era así. Ese puesto lo ocupaba alguien que actuó sin dudas ni complejos y que jamás se arrepintió del camino que había tomado, Quintus Labienus. Para el romano medio simplemente: El Traidor.

Aureo emitido por Quinto Labieno con su retrato en un lado y un caballo parto sin jinete en el otro

No conocemos la fecha de nacimiento de Quinto Labieno, por ello no podemos saber con certeza qué papel desempeñó su padre, Tito Labieno, en su vida, pero sin duda fue importante, así que merece la pena que le dediquemos unas líneas.

Tito Labieno nació la región del Piceno, a principios del siglo I a C, miembro de una familia del ordo equester (en una equivalencia actual muy aproximada, de clase media), cliente (obligada por acuerdos de lealtad) con la familia de Pompeyo. Comenzó a destacar durante su brillante desempeño como Tribuno de la Plebe, en el 63 a C., al servicio de su patronus y de Cayo Julio Cesar, por entonces aliado de Pompeyo. César, reconociendo su indudable talento, lo llevó con él como legado a su campaña en las Galias, promoviéndolo hasta el puesto de “jefe de caballería”, su segundo en el mando, y confiándole la dirección de las operaciones cuando él estaba ausente.

Busto de Tito labieno, se puede apreciar
el gran parecido físico con su hijo.

Al estallar las hostilidades entre sus dos patrones abandonó, previo aviso y con la conformidad de este, el bando de César y marchó junto a Pompeyo. Esto hizo caer sobre él las primeras acusaciones de traición que mancharían para siempre el apellido de la familia. Pero para entender esta decisión, y quizás también la que tomaría su hijo, hay que recordar que los Labieno eran, antes que nada, “clientes” de la gens de Pompeyo, de la mano del cual empezaron su carrera, así que, quizás, lo que se interpreta como una traición sea justo lo contrario, una muestra de lealtad.

Los orgullosos optimates a los que se había unido, lejos de reconocerle sus méritos como había hecho César, lo despreciaron por su bajo origen, ignorando sus consejos y negándole cualquier mando. Tras la derrota de Farsalia se retiró a África, donde continuó la lucha. Allí, por primera vez con tropas a sus órdenes, estuvo a punto de derrotar y acabar con César tras su chapucero desembarco en África. La sorpresiva intervención del mercenario Publio Sitio Nucerino lo evitó en el último momento. Tras la derrota de Tapso fue el único líder optimate que logró escapar y llegar a Hispania, donde se unió a los hijos de Pompeyo. En Munda luchó a su lado y allí encontró la muerte.

No sabemos si Quinto tenía edad para haber acompañado a su padre en alguna de aquellas campañas, pero sí que heredó su causa.

Tras el asesinato de César se une a los cesaricidas y es aquí cuando nos encontramos con las primeras referencias históricas sobre él. Según Dión Casio, lo enviaron como embajador a la corte del rey parto Orodes II, en busca de ayuda económica y militar para su causa. Orodes había demostrado simpatía por el bando pompeyano primero y por los cesaricidas después, principalmente porque César siempre había manifestado su intención de atacar Partia para vengar la derrota romana en Carras y, de hecho, estaba preparando un ejército con el que invadir ese país cuando fue asesinado.

Festo, por el contrario, afirma que tras la derrota de Casio y Bruto en Filipos, huyó a Partia en busca de refugio.  Como sea, el hecho es que logró acceder a la corte y se ganó la confianza de su rey. Desde allí observó los acontecimientos, a la espera de una oportunidad que no tardó en presentarse.

Orodes II

Marco Antonio, dueño de las provincias romanas de Asia tras los acuerdos que dieron lugar al llamado Segundo Triunvirato, resultó ser un pésimo gobernante, que expolió sus dominios y malpagó a sus soldados mientras se dedicaba a una vida de lujo en Egipto junto a Cleopatra. Quinto persuadió a Orodes para que invadiera Siria, asegurándole que las ciudades lo recibirían como un libertador y que las tropas romanas de guarnición, muchas procedentes del ejército reunido por los cesaricidas y hartas de no cobrar, abandonarían a Marco Antonio y se unirían a Labieno por la fama y el buen recuerdo que había dejado su padre. Orodes le puso al mando de una gran fuerza invasora junto con su hijo, heredero y principal general, Pancoro. (No hacía mucho, Pancoro había dirigido una rebelión frustrada contra su padre, sin embargo, este no se lo tomó demasiado a mal y no tardó en reconciliarse con él. A fin de cuentas, el propio Orodes había ascendido al trono tras asesinar a su padre y a su hermano, por lo cual debió ver en Pancoro un digno heredero dentro de la más genuina tradición parta). En las fuentes no queda claro quién de los dos ostentaba el mando.

En el 40 a.C. atacan Siria y las afirmaciones de Labieno no tardaron en demostrarse ciertas. Los soldados romanos de guarnición desertaron en masa y se pusieron a sus órdenes. Sin prácticamente oposición, ocupó la mayor parte de la provincia, incluida su ciudad más importante, Antioquía, proporcionando así a los partos su siempre anhelado acceso al mar Mediterráneo. El legado de Marco Antonio, Lucio Decidio Saxa, cayó prisionero y Quinto, mostrando la misma inclemencia que había caracterizado a su padre primero en las Galias y luego en la Guerra Civil, lo hizo ejecutar. El principio de la campaña no podría haber sido más exitoso.

Plato con una imagen del llamado "disparo parto".  Si los romanos destacaron por sus mosaicos, los partos lo hicieron por su orfebrería, y es en ella donde podemos encontrar la mejores representaciones de cómo se veían a sí mismos.

En este punto el ejército Parto se divide en dos. Pancoro, con el grueso de las tropas, marcha hacia el oeste, en dirección a Egipto, donde está Marco Antonio y cuya conquista también era un sueño de todos los gobernantes que sucedieron a los persas. Quinto Labieno, con las legiones que se le han unido y algunas unidades de caballería parta, se dirige hacia Asia Menor.

Rápidamente cae Cilicia y toda la costa, pero aquí empiezan a aparecer los problemas. Todo ejército necesita de grandes recursos para mantenerse, y estos deben obtenerse, inevitablemente, de la población civil, lo que implica que toda guerra supone un grave quebranto económico. Si a esto le unimos la legendaria dureza de los Labienos, la ferocidad de los partos y el ansia de botín de unas tropas romanas formadas básicamente por mercenarios que habían ido pasando de apoyar un caudillo a otro según su conveniencia, es comprensible que las ciudades asiáticas no tardaran en verse obligadas a afrontar una verdad universal: quien espera obtener la libertad de manos de otro, solo cambia de amo.

Y comparándola con la tiranía de sus nuevos “libertadores”, los ciudadanos de Asia comenzaron a añorar el gobierno caótico y corrupto de Marco Antonio.

Denario de Quinto Labieno, emitido, sin duda, 
para pagar a sus nada desinteresados soldados
.

Quinto Labieno tuvo que detener su avance hacia Europa y emplear sus fuerzas en castigar a las cada vez más numerosas ciudades rebeldes. Entre tanto no tuvo mejor ocurrencia que autodenominarse “partico”, como si se tratara del vencedor de los partos y no de un general a su servicio (o aliado con ellos, según el punto de vista de cada cual), acuñando incluso moneda (uno de los principales medios de propaganda política en aquel momento) con su retrato, como si fuera un gobernante romano genuino, aunque en la otra cara apareciera un caballo parto.

Este retraso dio tiempo a las fuerzas de Marco Antonio para reorganizarse bajo el mando de uno de los generales de más confianza de César y, con diferencia, el más preparado de cuantos sirvieron a Marco Antonio: Publio Ventidio Basso.

Denario emitido para pagar a los soldados de Ventidio, que tampoco luchaban gratis. En un lado aparece el busto de Marco Antonio, y en el otro una representación de Publio Ventidio Basso.

Ventidio es uno de los personajes más singulares de cuantos circularon por aquel violento periodo de conquistas y guerras civiles. El único hombre que recorrió las calles de Roma en Triunfo de las dos formas más diferentes posibles: la primera de niño, como cautivo tras el carro de Cneo Pompeyo Estrabón, el padre de Pompeyo el Grande, durante las guerras Sociales; la segunda como general triunfador tras derrotar a los partos en esta campaña. Su fidelidad a César, que fue quien reparó en sus capacidades y lo promovió, y su lógico odio a los Pompeyo marcaron su trayectoria durante las guerras civiles y lo llevaron a comandar las tropas que habían de enfrentarse al último de los seguidores de esta familia (al margen de Sexto Pompeyo): Quinto Labieno.

Cruzando rápidamente desde Grecia, cayó por sorpresa sobre Labieno, que se encontraba sitiando una ciudad rebelde con su infantería romana y sin sus aliados partos. Este se apresuró a retirarse hacia Siria en busca de la caballería parta, deteniéndose en los montes Tauro. El choque final se produjo en esta cordillera que separa la costa de la meseta central de Anatolia. Ambos ejércitos acamparon en sendas colinas fortificadas mientras esperaban unos refuerzos que llegaron de forma casi simultánea: Ventidio a su infantería pesada, Labieno a la caballería parta.

Plato parto en el que se ve a su caballería cargando.

Antes de que ambas fuerzas enemigas se reunieran, Ventidio atacó a los partos y luego se retiró usando una de las tácticas favoritas de estos: fingir pánico. Confiada, la caballería parta cargó contra el campamento romano en la cima de la colina, pero fueron recibidos por una lluvia de disparos de onda, mientras la infantería romana se lanzaba en masa ladera abajo, arroyando a los jinetes partos, muchos de los cuales murieron pisoteados por sus propios compañeros mientras trataban de huir.

Desde su campamento, Labieno contempló impotente el desastre e intentó que sus hombres formaran para presentar batalla, pero se trataba de simples mercenarios dispuestos a seguir a quien les conviniera, no a jugarse la piel por nadie. Los que no desertaron para unirse a Ventidio emprendieron la huida y Quinto Labieno se quedó solo.

Durante algún tiempo se ocultó en Cilicia disfrazado, hasta que las fuerzas romanas lo encontraron y lo ejecutaron, igual que él había hecho con Saxa y con tantos otros.

La traición es una cuestión de fechas, afirmó en su día Richelieu y repitió dos siglos después Talleyrand, otro político francés que se le parecía tanto que podría haber sido su reencarnación. Con ello querían decir que en política, y en la vida para muchos, las lealtades son algo que caduca cuando las circunstancias cambian.  Yo añadiría que ser o no un traidor depende aún más de otro detalle: de si tienes éxito y eres tú quien escribe la historia.


Fuentes;

Dión Casio XLVIII

Pluratco, Vida de Antonio

Festo

Josefo,Las guerras de los judios-Antiguedades de los judios.

Veleyo Paterculo

Frontino, Estratagemas.


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