Los antecedentes
1968 fue un año convulso y extraordinario, como toda aquella
década de los sesenta, repleta de cambios sociales, de avances tecnológicos, de
momentos de gloria, de tragedias, de complots y de farsas. Comenzó con la
captura el 23 de enero del barco de reconocimiento (o de espionaje, ya se sabe
que en estas cosas todo es cuestión del punto de vista) estadounidense USS
Pueblo por Corea del Norte. Un incidente que marcó uno de los momentos más
álgidos de la Guerra Fría, superado solo, quizás, por la Crisis de los Misiles
de Cuba y Turquía, y que estuvo a punto de provocar un choque directo entre la
armada americana y la armada soviética.
De hecho, y aunque nuestra condición de aliados fieles del
bloque occidental hace que solo recordemos las pérdidas del bando contrario, ese
año desaparecieron en el mar, además del K-129, otros tres submarinos: el EN
S Dakar Israelí, el Minerve francés, y el incidente más grave de
todos, el del submarino de propulsión nuclear americano USS Scorpion, hundido
a 400 millas náuticas al suroeste de las Azores, y cuyos restos aún siguen bajo
el mar.
El submarino
Al contrario de lo que se puede leer en muchos sitios, el K-129 no era un submarino de propulsión nuclear, sino que navegaba con motores eléctricos y diésel, pero sí que transportaba misiles nucleares del tipo R-21. Se trataba del primer misil capaz de ser lanzado desde un submarino sumergido, con un alcance de 1.500 Km. y cargados con una cabeza nuclear de un megatón, 63 veces la potencia de la bomba que arrasó Hiroshima. Una pesadilla para los Estados Unidos.
El capitán y parte de la tripulación del K129 |
El submarino tampoco era nuevo, ni su dotación novata. Había
sido botado en 1959 y modernizado y dotado de misiles nucleares en 1967, al
igual que muchos otros submarinos del mismo tipo. A su mando estaba el capitán
ucraniano Vladimir Kobzar, de 38 años y con gran experiencia en este tipo de
misiones, al igual que su tripulación. Contaba con la máxima confianza de sus
superiores hasta el punto de que, tras este viaje, iba a dirigir un escuadrón
de submarinos desde un despacho.
La misión
Su tarea era, en principio, rutinaria. La URSS siempre
mantenía varios submarinos navegando en aguas internacionales, pero con los
Estados Unidos a “distancia de tiro” de sus misiles, como parte de la
estrategia de disuasión conocida como “destrucción mutua garantizada”. Pero en
este viaje hubo muchos elementos extraños. Zarpó apenas mes y medio después de
regresar de su última misión, algo absolutamente inusual, y llevaba a bordo 98
hombres, cuando su dotación habitual era de 83. ¿Quiénes eran esos otros 15
tripulantes de los que, aún hoy, nada se sabe? En algunos medios rusos los
calificaron, y aún siguen haciéndolo, como “marineros aprendices en prácticas”.
Un incremento de la tripulación de casi un 20% en un submarino donde el
espacio, la comida y el propio aire son siempre limitados y uno de los mayores
condicionantes de la navegación, supone un problema serio, y solo un motivo de
gran importancia justificaría que se tomara una decisión así. A esto hay que
añadir que el submarino zarpó sin que en el puesto de mando de su escuadrón
tuvieran un listado de la tripulación, algo no solo inusual e irregular, sino
prohibido directamente por las ordenanzas militares.
Submarino soviético del mismo tipo que el K129 |
Este tipo de submarinos debía emerger cada 12 horas para recargar las baterías eléctricas con los motores diésel, y aprovechaban estas emersiones para realizar semanalmente comunicaciones encriptadas por radio con su base. También debían ponerse en contacto al cruzar el meridiano 180º y al alcanzar su zona de patrulla. Pero el K129 tenía órdenes diferentes en aquella misión: viajaría sumergido durante las dos primeras semanas sin emerger para recargar las baterías ni establecer contacto. Para ello usaría el sistema de navegación conocido en occidente como UDP, underwater diesel power, que, como su nombre indica, permitía a los submarinos poner en marcha sus motores diésel bajo el agua. Un método de navegación muy ruidoso, que facilitaba su localización por los aparatos de sonar siempre que estuvieran en sus proximidades, pero que en la inmensidad del océano hacía más difícil que fueran detectados.
El motivo de esta orden era evitar que los norteamericanos,
que con sus propios submarinos y otros medios vigilaban siempre la base de Kamchatka,
pudieran seguirlo. En las misiones normales eso no era algo que preocupara
especialmente al almirantazgo soviético, al contrario. El objetivo de estas
patrullas es que los americanos tuvieran claro que en todo momento había
misiles apuntándolos desde múltiples lugares. Otro motivo para evitar esta
forma de navegación era su peligrosidad. El que al K129 se le ordenara navegar así
vuelve a dejar en evidencia que aquella no era una misión de rutina.
Por último, sus restos fueron encontrados, según los
norteamericanos, casi 400 millas al sur de la ruta que le habían asignado
oficialmente, razón principal por la que los soviéticos no consiguieron dar con
él. ¿A qué se debió este cambio de rumbo?
El 24 de febrero el K129 realizó una serie de inmersiones de
prueba, y comunicó que todo iba bien. A partir de ahí, el silencio.
La desaparición
El 8 de marzo tenía programada su primera comunicación con la base, pero no se produjo. Esto no era nada extraño, las circunstancias de la navegación, las inclemencias meteorológicas o la presencia en la zona de otros navíos podían hacer que el capitán tomara la decisión de posponer la emisión. El día 9 tampoco hubo noticias, ni el 10... A mediados de mes, alarmados, los mandos de la flota de Kamchatka decidieron romper el silencio de radio y efectuaron varias emisiones ordenándole ponerse en contacto de forma inmediato o regresar a la base. No hubo respuesta.
El K129 |
La tercera semana de marzo, el USS Barb, el submarino norteamericano en aquel momento de guardia frente a la base naval de Kamchatka, observó asombrado como zarpaba una flota completa de cuatro submarinos, navegando en superficie y sin mantener el silencio de radio. Poco después les siguieron destructores, fragatas, dragaminas y una multitud de diversos barcos de apoyo... todos se fueron desperdigando a lo largo del Pacífico, mientras llamaban por su nombre en clave a un barco que jamás les respondía. El nombre en clave que se le había asignado al K129 para esa misión. Un nombre en clave de lo más evocador: “Estrella Roja, responda”, emitían sin cesar las radios de la flota soviética.
Era la mayor operación de rescate marino de la historia de la
Unión Soviética. Hidroaviones sobrevolaban el océano tomando fotografías, los
barcos hacían funcionar sus sónares sin ningún tipo de precaución... Pero la
zona de búsqueda era inmensa, las condiciones del mar pésimas y la profundidad
del océano en algunos puntos superaba los 6.000 metros. Tras semanas de
búsqueda se dieron por vencidos y 6 meses después el K129 fue declarado
oficialmente desaparecido.
Los chicos listos (The smart boys)
Entretanto los norteamericanos, que no hubieran podido evitar
percatarse del despliegue soviético ni aunque estuvieran ciegos, iniciaron su
propio operativo de búsqueda, que ellos sí fueron capaces de culminar con
éxito.
Esquema del funcionamiento de un sistema de hidrófonos. |
Oficialmente esto se logró gracias a su red de hidrófonos desplegada a lo largo de toda su costa del Pacífico, incluida Hawái. Este sistema les permitía escuchar sonidos bajo el agua y era utilizado para identificar barcos, y sobre todo submarinos, soviéticos. Cada submarino emitía al navegar un “ruido” particular, su huella sónica, que los norteamericanos se esforzaban en grabar para luego poder identificarlo y seguirlo. Sin embargo, al comprobar los registros de los hidrófonos de las semanas anteriores a la operación de rescate soviética, no encontraron ninguna “huella sónica” del K129. Esto quizás fuera debido a que navegó usando es sistema de navegación UDP, que alteraba su huella sónica habitual, o a la escasa precisión que en realidad tenía el sofisticado, y carísimo, sistema. Tampoco se había reportado ningún suceso extraordinario esos días.
Conscientes de que el problema podía estar en que los operadores no sabían en realidad lo que estaban buscando en el momento de producirse los hechos, decidieron revisar manualmente todos los datos recogidos en las semanas previas a la desaparición del K129. Pero eso suponía una labor ingente. Los hidrófonos registraban millones de sonidos que eran filtrados automáticamente en busca de las huellas sónicas conocidas de buques enemigos. Examinar manualmente todos los sonidos en todo el océano Pacífico durante semanas era imposible. Entonces “alguien” propuso acotar la zona de búsqueda a un área mucho más reducida, en la que “se creía” había desaparecido el submarino. Gracias a eso se revisaron los datos solo de esa zona en concreto y se descubrió que muy cerca del punto donde se cruzan el meridiano 180º con el paralelo 40º (en realidad la ubicación sigue siendo secreta, no se sabe si estos datos son exactos o, siquiera, verdaderos) se habían registrado dos sonidos concordantes con choques o explosiones submarinas: el primero 30 segundos después de la medianoche entre los días 10 y 11 de marzo, y el segundo seis minutos después. No eran similares a los de un volcán, un terremoto o cualquier otro sonido natural registrado, por lo que su origen debía ser considerado humano. Los analistas dedujeron que esa era la señal producida por el K129 en el momento de hundirse. La primera explosión correspondería con el accidente, y la segunda al choque del submarino con el fondo del mar.
Gracias a su impresionante e innovadora tecnología, los estadounidenses habían descubierto en apenas unos días cuándo y dónde se hundió el submarino que sus atrasados y torpes rivales soviéticos habían perdido y no habían sido capaces de encontrar. Como en el mejor guion de una de las muchas películas de propaganda de la época.
La causa
Las teorías sobre la causa del hundimiento del K129 son
innumerables, casi tantas como cosas pueden salir mal en un submarino repleto
de armas convencionales y nucleares. Pero si lo que contaron los
norteamericanos sobre las dos explosiones es cierto (y en este punto no
tendrían motivo para mentir) podemos descartar todas las relacionadas con fugas
de distintos gases o sustancias tóxicas, así como las averías mecánicas, y
centrarnos en aquellas capaces de producir una explosión: las baterías, las
armas que transportaba y, en un submarino, casi una docena de componentes más, aparte
de la colisión con un elemento externo... o un ataque enemigo.
Pero, antes que nada... ¿cómo dedujeron los americanos en qué
zona exacta debían centrar sus esfuerzos de búsqueda? Ese es el dato
fundamental que le falta a su historia de los hidrófonos.
¿El culpable?
Este no fue ni el primer ni el último caso en que la armada
soviética perdió un submarino, ni la estadounidense, pero sí el único en que, desde
entonces y hasta el presente, culpó de su hundimiento a los norteamericanos. Y
el principal sospechoso era el submarino de propulsión nuclear Swordfish,
(sí, como la película de Hallen Berry y Travolta) que poco después arribó a
Japón para efectuar reparaciones de emergencia.
Sus rivales lo negaron categóricamente, alegando que el Swordfish navegaba en el momento del hundimiento del K129 a mucha distancia de aquellas aguas, frente a Corea, y que solo presentaba daños en la “vela” y el periscopio. Algo que aún se puede leer en la mayoría de las publicaciones sobre este asunto. Y aquí llegamos a la importancia del lenguaje. Para los legos puede parecer que los daños en la “vela” de un navío son algo menor, incluso habitual... salvo porque los submarinos, naturalmente, no tienen velas. “Vela” es como se denomina a lo que el público en general conocemos como torreta, y eso es lo que tuvo que acudir a reparar de urgencia el Swordfish. Y los daños no debían ser tan leves como se ha tratado de hacer creer, ya que en mayo de ese año los ecologistas japoneses protestaron porque el Swordfish había liberado contaminantes radioactivos en el puerto de Sasebo, donde estaba amarrado, algo que confirmaron las mediciones de las autoridades japonesas, aunque los americanos siempre lo negaron, aportando sus propias mediciones. El gobierno japonés protestó oficialmente ante el norteamericano y su primer ministro declaró que los barcos nucleares estadounidenses ya no podrían hacer escala en los puertos de Japón a menos que se permitiera antes a las autoridades de este país inspeccionarlos para garantizar su seguridad.
En medio de la polémica, el USS Swordfish zarpó discretamente y regresó a su base, de la que no volvió a salir hasta año y medio después.
Que un submarino choque y sufra daños es algo que aún sigue
pasando hoy en día, con sistemas de navegación infinitamente superiores a los
de esa época, pero suele ser contra el fondo marino o contra algo situado en su
trayectoria, por lo que lo normal es que las partes dañadas sean la quilla o la
proa. La torre y el periscopio solo pueden impactar contra algo que esté sobre
él submarino en alta mar, lo cual reduce la lista a, prácticamente, tres
posibilidades: un barco, otro submarino o un bloque de hielo. Y eso fue
precisamente lo que los americanos alegaron y los soviéticos nunca se creyeron;
que chocó con un bloque de hielo a la deriva.
La explicación, desde luego, es un tanto extraña. Conscientes de los peligros que supone la emersión, y la superficie en general para un submarino, estos han estado siempre dotados de aparatos que les permiten detectar lo que flota sobre ellos, por lo que si el Swordfish chocó de verdad contra un iceberg debía estar dirigido de forma tan incompetente, por lo menos, como el Titanic. Y no consta que después del accidente su oficialidad fuera depurada. Además, no abundan los icebergs en las aguas entre Corea y Japón.
Por aquel entonces los americanos y los soviéticos practicaban un peligroso juego en las profundidades. Los submarinos sumergidos podían detectar, gracias al sonar y a los aparatos de escucha, lo que se encontraba frente a ellos, sobre ellos, bajo ellos y a sus lados, pero no lo que estaba detrás, ya que el ruido de los motores, de las hélices y la distorsión en el agua provocada por la estela del barco inutilizaban los sonares. Aprovechando esa circunstancia, cuando un submarino localizaba a otro de la potencia rival procuraba ponerse a su popa navegando en silencio, para así seguirlo sin ser descubierto.
La única forma que tenía un submarino de averiguar si llevaba
a otro pegado a su cola era darse la vuelta y enfocarlo con el sonar. El
problema era que, en la mayoría de los casos, el perseguidor detectaba el
movimiento apenas iniciado, e imitaba su maniobra para permanecer oculto a su
popa. Si todo esto no era de por sí lo bastante peligroso, con dos submarinos
pasando a muy pocos metros, uno guiándose tan solo por la posición de su
oponente que le transmitía el sonar y el otro sin saber siquiera si había
alguien tras él, los rusos añadían un factor de riesgo más. Practicaban una
maniobra que los norteamericanos denominaban Crazy
Ivan, “El Loco Iván”, ignoro como denominarían estos a la equivalente
de sus rivales, quizás *#Ç@Ƃ⊖∏Ⱥɀ*# Yanki o algo por el estilo. Consistía en girar
bruscamente 180 grados y acelerar, con el fin no solo de ver si alguien los
seguía antes de que este pudiera reaccionar, sino también de sobrepasarlo y
ponerse a su propia popa para hacerse invisible a su sonar y escapar de su
perseguidor. Como es lógico, en más de una ocasión se registraron incidentes. Quizás
el Swordfish cometió un error de cálculo mientras perseguía al K129 y lo
embistió, que es lo que siempre han sostenido los rusos, o quizás este práctico
un Crazy Ivan que salió terriblemente mal. El caso es que chocaron
y el K129 se llevó la peor parte.
El Swordfish. por otra parte, tenía un ámplio historial de asumir grandes riesgos. Era, en efecto, uno de los submarinos que solía rondar entorno a la base naval de Kamchatka, vigilando el movimiento de los barcos soviéticos, y en 1963 se había metido en medio de un ejercicio de guerra antisubmrina en el que estuvieron muy cerca de hundirlo, pero que permitió a Estados Unidos reunir valiosa información sobre las capacidades reales de su enemigo en ese área. También fue el primero que logró fotografiar un submarino de propulsión nuclear soviético del tipo que los americanos denominaban "Yankee". Por ambas acciones la tripulación fue condecorada. En 1965 el USS. Swordfish. obtubo la Navy Unit Commendation por una serie de operaciones especiales que había realizado.
Los soviéticos culparon a los norteamericanos no tanto por el hundimiento en sí como por no haberlos avisado del incidente, impidiéndoles acudir al rescate de sus compañeros y condenando a sus familias a años de incertidumbre y angustia. No es esa la costumbre entre los hombres del mar, incluso en tiempos de guerra, ya sea fría o caliente, y ellos afirman no haber actuado nunca de esa forma. Esa es la versión oficial tanto de los soviéticos en su día como de los rusos ahora: el K129 estaba realizando una misión de patrulla normal y fue hundido por el Swordfish de forma accidental.
No he podido encontrar niguna imagen de los daños sufridos en la "vela"por el Swordfish. Esta es del submarino americano USS Baton Rouge, tras colisionar con otro soviético durante una persecución. |
Tras
la caída de la URSS militares norteamericanos se desplazaron a la nueva Rusia
de Boris Yeltsin para interesarse, entre otros temas, por la suerte de sus
prisioneros de guerra desaparecidos en Vietnam, ya que se creía que los rusos,
como principal aliado de los vietnamitas, podían tener información al respecto.
Estos les preguntaron a su vez por lo sucedido con el K129, y se mostraron
indignados cuando volvieron a negar su responsabilidad y afirmaron que la
misión de rescate había sido un fracaso y que solo se habían recuperado cuatro
cadáveres de la tripulación. Para tratar de calmar los ánimos les entregaron
una grabación del respetuoso entierro en el mar de dos de los tripulantes, pero
nada de eso convenció a los rusos. En 1.999, el mismo año en que Putin fue
designado por Yeltsin para presidir el gobierno, durante la última reunión en
que se discutió ese tema, los rusos acusaron directamente a los estadounidenses
de estar mintiendo.
La
verdad, este comportamiento de los rusos parece bastante sobreactuado. A fin de
cuentas, podían sospechar que el motivo del hundimiento había sido una colisión
con el Swordfihs, pero no tener la
certeza de que eso fue lo que sucedió...
¿O
sí?
El
Espía
En
1967 un hombre, de aspecto tan anodino que no llamó la atención de los agentes
del FBI que vigilaban las 24 horas el edificio, entró por la puerta principal
en la embajada de la URSS en Washington D.C. y pidió hablar “con alguien del
KGB”. Se trataba de John Walker, suboficial de la marina estadounidense
especialista en encriptación, asignado al centro de comunicaciones de la fuerza
submarina americana, por cuyas manos pasaban todas sus comunicaciones
encriptadas.
Era el principio de lo que Caspar Weinberger, el secretario de defensa de Ronald Reagan, calificaría como “el caso de espionaje soviético más dañino de la historia”. Él y la red de suboficiales que creó, gracias a sus bajos puestos en el escalafón militar, consiguieron evitar sin problemas durante años a los servicios de contraespionaje de la marina y del FBI, que centraban sus esfuerzos de vigilancia en los oficiales y mandos, y para los que los simples miembros de la tropa resultaban invisibles.
Las razones que impulsaron a este hombre de 30 años, padre de cuatro hijos y miembro activo de la ultraconservadora John Birch Society a espiar para los comunistas eran puramente económicas: él también quería su porción del “sueño americano”, y ya se había dado cuenta de que lo de trabajar duro y tener iniciativa no funcionaba. Durante casi dos décadas, entre 1967 y 1985, vendió a la Unión Soviética más de un millón de mensajes cifrados de la marina estadounidenses, incluidos la práctica totalidad de los de su arma submarina, además de entregarles las claves para descifrar los mensajes que ellos mismos interceptaran.
Según
afirmó la acusación cuando fue juzgado, veinte años después, él fue quien
facilitó a los soviéticos la información sobre el USS Pueblo, y estos se
la pasaron a Corea del Norte, instándoles a capturar el barco. El objetivo era
hacerse con los decodificadores que transportaba, ya que para poder descifrar
los mensajes de la marina norteamericana se necesitaban no solo las claves y
tarjetas que Walter estaba dispuesto a vender, sino también los aparatos
criptográficos, y este no podía conseguirlos.
Walker cuando se alistó en la Marina, mientras vendía información a los soviéticos y durante el juicio tras ser delatado por su ex-esposa. Qué carita de no haber roto nunca un plato. |
LA
CAPTURA DEL USS PUEBLO
El
23 de enero, el “barco de exploración oceanográfica” USS Pueblo navegaba
frente a las costas de Corea del Norte, en aguas internacionales según los
norteamericanos, dentro de sus aguas territoriales según los norcoreanos,
cuando fue interceptado por buques y aviones de guerra de ese país. Al parecer,
el plan original, preparado para hacerse con el barco en apenas unos minutos,
antes de que su tripulación pudiera deshacerse o destruir los decodificadores o
de que la Séptima Flota acudiera en su auxilio, consistía en enviar unos falsos
pesqueros a faenar en sus proximidades que se acercarían al USS Pueblo
fingiendo que este se había enredado en sus redes o un incidente similar. Entonces
lo abordarían por sorpresa, mientras patrulleras y aviones norcoreanos acudían
rápidamente en su ayuda para escoltar el barco a puerto.
Pero la verdad es que la operación de captura fue una de las mayores muestras de incompetencia militar que pueda uno imaginarse, y mira que en ese terreno es difícil destacar. Y una demostración más del abismo que separa la realidad de las películas y novelas militares y de espías.
La tripulación del USS Pueblo tras ser capturada. |
Los
falsos pesqueros estuvieron dando vueltas alrededor del barco sin decidirse a
actuar, consiguiendo solo despertar la suspicacia de los marinos
norteamericanos. Entonces los norcoreanos enviaron a las patrulleras y a los
aviones que tenían preparados, y el USS Pueblo inició una huida que se
prolongó durante nada menos que tres horas. En todo ese tiempo la tripulación no
fue capaz de hacer uso del armamento con el que estaba dotado el navío
norteamericano, porque, por increíble que parezca, nadie había recibido
entrenamiento para su manejo, y sus oficiales no se decidieron a destruir los
valiosos equipos de encriptación. Cuando la captura era inminente y se
dispusieron a hacerlo, presas del pánico, intentaron romperlos a golpes, sin el
menor éxito, en vez de arrojarlos al mar. En cuanto a la Séptima Flota, uno de
cuyos grupos de combate estaba estacionado en Japón, justo frente a Corea, y a
la que repetidamente pidieron ayuda, fue incapaz de organizarse para enviar un
solo barco o avión. Así, a la humillación de la captura se unió una
demostración de ineptitud que ridiculizó a la armada y soliviantó los ánimos de
su oficialidad.
Para
calentar aún más el ambiente, los servicios de “inteligencia” americanos
aseguraron que habían sido los soviéticos quienes habían organizado y dirigido
la captura de su “barco de exploración oceanográfica”, algo que estos negaron
rotundamente. En realidad era cierto, pero ellos no lo sabían. Lo dijeron solo
para desviar la atención de su incompetencia y porque consideraron que para la
opinión pública iba a ser menos traumático pensar que los responsables de
aquella humillación habían sido los perversos rusos, europeos al fin y al cabo,
que la diminuta Corea del Norte. Y los rusos mintieron aún más, negando
indignados la acusación cuando sabían perfectamente que era cierta.
El USS Pueblo exihibido en Corea del Norte. |
En
palabras del secretario de la armada John Lehman, la red montada por John
Walker, conocida como The Walker Ring “permitió a los soviéticos conocer
en todo momento dónde se encontraban los submarinos americanos”.
Así
que los rusos sí podían saber con certeza si el K129 fue hundido por el USS
Swordfish.
¿La
venganza?
Anatoliy
Shtyrov subdirector de “inteligencia” (solo a un grupo de gente tan pagada de
sí misma como los espías es capaz de crear a James Bond y llamar a su labor
“inteligencia”) de la flota soviética del Pacífico en el momento de producirse
los hechos, afirma que el K-129, fue enviado, con urgencia y en secreto, a una
misión de combate relacionada de alguna forma con estos hechos.
En
el momento en que zarpó el submarino, Estados Unidos estaba reuniendo una
enorme flota frente a Corea del Norte para atacar ese país en represalia por la
captura del USS Pueblo. Al mismo tiempo la flota soviética del Pacífico
se puso en estado de alerta máxima, y desplegó parte de sus naves entre la
costa norcoreana y la armada estadounidense. Este despliegue incluía nada menos
que 27 submarinos. Su objetivo era demostrar a coreanos, vietnamitas y otros
estados de Asia que eran un aliado mucho más fiable que China, que había
iniciado su distanciamiento de la URSS. La Séptima Flota respondió realizando
pasadas con sus aviones tan cerca de los barcos rusos que casi rozaban los
mástiles, y aproximando algunos de sus buques no ya a distancia de tiro, sino
de colisión. La situación se prolongó varios días, sin que, afortunadamente,
ninguno de los implicados perdiera los nervios y abriera fuego.
Por
declaraciones de sus familiares, se sabe que varios de los oficiales, incluido
el capitán, del K129 se despidieron angustiados, como si pensaran que iban a la
guerra y aquella podía ser su última misión.
Así que, quizás, los rusos en realidad consideraron que su hundimiento no había sido tan “accidental”, y decidieron que no podían dejarlo estar sin más. Se encontraban en el momento álgido de la Guerra Fría y el mundo se mantenía en un precario equilibrio basado en la convicción de que en caso de confrontación la destrucción mutua estaba garantizada. Una convicción que se tambalearía si uno de los bandos no demostraba estar dispuesto a devolver cada ataque que sufriera con otro igual o mayor.
El
16 de mayo de aquel mismo 1968, el submarino de propulsión nuclear norteamericano
USS Scorpion (SSN-589), partía de la base naval de Rota, en España, con
destino a la de Norfolk. Por el camino debía acercarse a las islas Azores a
repostar y a vigilar la presencia de buques y submarinos de la armada
soviética, que solían patrullar esa área y la zona del estrecho. El 21 efectuó
su última comunicación rutinaria con la base y después nadie volvió a tener noticias
suyas. El 27 de mayo los americanos lanzaron una enorme operación de búsqueda
aeronaval, muy similar a la de sus oponentes soviéticos dos meses antes. El 5
de junio el USS Scorpión fue dado
oficialmente por desaparecido junto con los 99 miembros de su tripulación.
El USS Scorpion poco antes de su desaparición. |
En
otra similitud más con el K129, su localización se logró oficialmente gracias
al sistema de hidrófonos, con base en este caso en las Islas Canarias, que mostraban
el 22 de mayo un registro de sonido en las cercanías de las Azores concordante
con el de dos explosiones submarinas separadas por medio segundo. Sus restos
fueron hallados a finales de octubre a 400 millas al sursuroeste de esas islas.
Como
en el caso del buque soviético, las causas del hundimiento nunca han estado
claras, y la versión oficial rápidamente se inclinó por la hipótesis del
accidente. Sin embargo, eso no es lo que respondieron cuando se les preguntó en
privado a los responsables en la época del arma submarina soviética y americana.
En
1995, cuando el capitán retirado de la marina norteamericana Peter Huchthausen
comenzó a preparar un libro sobre la flota submarina soviética, entrevistó al entonces
ya anciano ex-almirante Victor Dygalo, que era jefe de personal de la marina
soviética del Pacífico en el momento en que se perdió el K129, y que se sabe
que elaboró un informe antes de que este zarpase protestando por las
circunstancias anómalas de la que fue su última misión. Este le aseguró que la
verdadera historia del hundimiento del K-129 y del USS Scorpión no se había
revelado debido al acuerdo informal entre los altos mandos navales de los dos
países. Huchthausen afirma que Dygalo le dijo que "cuando puedan levantarse
el secreto de los documentos oficiales sobre aquellas tragedias, esperaba que
se dijera la verdad a las familias de las víctimas".
Parte de la tripulación del USS Scorpion. |
En 1993 la administración Clinton publicó un informe sobre lo sucedido que no aclaraba la causa del hundimiento, pero que descartaba el ataque soviético. En 2012, un grupo de veteranos de la Marina estadounidense y familiares de las víctimas volvió a solicitar que se reabriera la investigación y se desclasificaran los documentos oficiales.
Para
concluir, en el año 2005 se publicó la novela Red Star Rogue, sobre el
hundimiento del K129. Rogue es una palabra inglesa de difícil
traducción, que señala a quienes actúan al margen de la sociedad, del grupo al
que pertenecen o de las normas establecidas, de forma encubierta y con
intenciones maliciosas. El libro sostiene que el grupo de tripulantes
desconocido que embarcó en la última misión del K129 era en realidad un comando
de fanáticos miembros de los servicios secretos soviéticos. Su misión sería hacerse
con el control del submarino en altamar y, fingiendo ser chinos, disparar sus
misiles nucleares contra la base de Pearl Harbor, con el objetivo de desencadenar
una guerra atómica entre China y Estados Unidos que provocaría su mutua aniquilación,
y dejaría a la Unión Soviética como única potencia mundial. La negativa de la
tripulación a participar en tan maquiavélico y malvado plan habría provocado un
enfrentamiento que derivó en la destrucción del propio submarino. Y las
autoridades rusas, tan mentirosas y manipuladoras como siempre, para ocultar lo
sucedido habrían echado la culpa a los inocentes americanos.
No
voy a ahondar en la inacabable cantidad de incongruencias de esta teoría, porque
este articulo ya resulta demasiado largo, pero sí quiero señalar que su autor
es un exoficial del submarino nuclear americano USS Parche,
especializado en misiones encubiertas y de espionaje. Es curioso como siempre
que surgen dudas más que razonables sobre determinadas versiones oficiales,
aparecen novelas o películas que aportan espectaculares nuevas teorías, y cuyos
autores, productores y/o financiadores están relacionados con los servicios
secretos. Bajo sus grandes campañas de marketing se diluye cualquier otra
explicación alternativa, más razonable, más aburrida, mucho menos publicitada
y, sobre todo, mucho menos del agrado de
quienes promueven esos libros y películas.
EL
PROYECTO AZORIAN
Pero
la aventura del K129 no acabó con su hundimiento. En octubre un comité de
expertos americanos determinó que los datos aportados por la red de hidrófonos
demostraban que el submarino no había implosionado por la presión al hundirse,
hecho que atribuyeron a que lo había hecho “con las escotillas abiertas”, por
lo que el casco se había inundado igualando la presión interna con la exterior.
Un descuido imperdonable por parte de la tripulación, sin duda, y una muestra de
clarividencia impresionante de los norteamericanos, que también se podría
explicar sí sabían que la torreta del Swordfish había rajado su quilla,
inundando el casco y mandándolo al fondo.
Fotografía del pecio del K129.
Infografía del pecio del K129 comparada con el submarino, que nos da una idea de los daños sufridos.
Para verificarlo, en abril de 1968 enviaron al USS Halibut, un antiguo submarino nuclear reconvertido en “buque de exploración oceanográfica” y dotado de todo tipo de potentes sonares, cámaras, aparatos de escucha, de radio... En solo tres semanas logró encontrar el K129 (la operación para dar con el Scorpion, también localizado por los hidrófonos, duró casi seis meses). Luego topografió la zona del naufragio y tomó cientos de fotografías. El submarino, en efecto, no había implosionado. La exploración fue completada por el batiscafo Trieste II.
Basándose en estos datos, en 1969, mientras el mundo contemplaba extasiado la llegada del hombre a la luna, Henry Kissinger y la NSA propusieron al presidente Nixon un plan para recuperar en secreto el submarino soviético. El objetivo sería apoderarse de sus misiles y cabezas nucleares para estudiarlas, así como de los códigos y máquinas de encriptación.LA
GLOBAL MARINE
Tras
descartar varias ideas, habían decidido que la mejor opción era intentar
recuperar el barco completo y para ello tenían en mente una empresa llamada Glomar
(Global Marine). Glomar era propiedad del excéntrico magnate Howard Hughes, y había logrado bastante fama diseñando
y construyendo navíos para compañías petrolíferas, capaces de realizar
perforaciones a gran profundidad en el lecho marino. A esta experiencia se le
unía otra ventaja: su cerebro y propietario, Hughes, había desarrollado ya el trastorno
obsesivo-convulsivo que le llevaría a vivir totalmente aislado hasta el fin de
sus días, un trastorno consecuencia de su adicción a los opiáceos que le
recetaron los médicos para combatir el dolor tras un accidente de aviación. Sus
únicos contactos con el exterior eran un número muy limitado de personas, todas
vigiladas por el FBI y la NSA. Esto hacía que las posibilidades de los
servicios secretos soviéticos de acceder a él fueran prácticamente nulas.
Glomar construyó un enorme barco sobre el que iba
montada una gran torre con una grúa diseñada para esta misión por Lockheed.
Toda la parte central de la quilla podía abrirse, permitiendo que la grúa hiciera
descender una plataforma dotada de diez puntos de agarre destinados a sujetar
el submarino soviético. Luego lo izaría y lo introduciría completo en el casco
de la nave, cuya quilla se cerraría una vez estuviera dentro. Una idea digna de
cualquier película de James Bond.
El
nombre del barco era Hughes Glomar Explorer.
LA
GRAN CAMPAÑA DE (DES)INFORMACIÓN
Pero
recuperar el K129 no era el único problema, ni siquiera el mayor: para que la
operación pudiera tener éxito era preciso que se realizara en el más estricto
secreto. De tener conocimiento del plan la URSS trataría de detenerlo, y para
lograrlo no le haría falta usar siquiera la fuerza. La propiedad del pecio era
más que dudosa, por lo que si interponía una demanda en los tribunales
internacionales podía bloquear la operación durante años. Y aunque finalmente los norteamericanos pudieran rescatar el submarino, los rusos modificarían sus sistemas de encriptación, con lo cual el esfuerzo sería inútil.
¿Pero cómo se podía lograr que nadie se fijara en un barco tan inmenso y extraño? La respuesta vino de los expertos en psicología de masas (manipulación de masas, quizás sería un término más apropiado): había que atraer toda la atención posible sobre él.
La
CIA llevó a cabo una de sus más inmensas y exitosas campañas de propaganda y
desinformación. Los medios de comunicación se llenaron de noticias sobre una
nueva técnica destinada a revolucionar la obtención de recursos naturales. Glomar,
la innovadora compañía del excéntrico genio Howard Hughes, que ya había
posibilitado la extracción de petróleo en el mar, había iniciado una nueva aventura:
la minería submarina.
El
Glomar Explorer se convirtió en la avanzadilla de este nuevo negocio. Su
objetivo, explicaban, era extraer nódulos de manganeso del fondo marino, lo que
permitiría obtener cantidades prácticamente ilimitadas de este valioso material
de forma mucho más económica que con las tradicionales minas terrestres. Y eso
solo era el principio. Luego podrían explotarse muchos otros recursos ocultos
bajo el océano.
Para
dar credibilidad al tema se creó un grupo multidisciplinar, integrado por
científicos, periodistas, académicos, ingenieros..., que colaboraron con el
engaño y se encargaron de divulgar el proyecto dando conferencias, entrevistas en
los periódicos o escribiendo artículos en prestigiosas revistas científicas.
Se
elaboraron documentales que fueron emitidos con gran éxito en el cine (en el
equivalente americano al NODO español) y la televisión. Debajo incluyo un ejemplo. Sabes que es mentira, pero lo ves y te dan ganas de invertir.
La
pequeña pantalla llevó las imágenes del extraordinario barco a los hogares de
todo el mundo, los periódicos le dedicaron innumerables páginas, la prensa
económica se llenó de estudios repletos de gráficos y estadísticas. En bolsa
cayeron las acciones de las compañías mineras tradicionales, mientras estas se
apresuraban a prometer que abrirían divisiones dedicadas a la explotación del
fondo marino. Incluso se fundaron sociedades con ese fin.
Una
de las ideas que más se repetía era que mientras que la exploración espacial
era un dispendio del dinero de los contribuyentes, los mares y océanos cubrían más
del 70% de la superficie de la tierra, por lo que los fondos destinados a investigar
la forma de explotarlos eran una inversión inmejorable que abriría para el
pueblo americano la posibilidad de beneficiarse de recursos naturales ilimitados.
Y
así fue como se consiguió llevar a cabo en secreto el robo de un submarino nuclear
ante los ojos del mundo.
John Wayne fotografiado durante su visita al Hughes Glomar Explorer. |
El Hughes Glomar Explorer como atracción turística en Long Beach. |
En
junio el Glomar Explorer abandonó California y el 4 de julio llegaba al
pecio del K129. El 18 de ese mes se iniciaron las labores de recuperación.
Y
entonces, aparecieron los rusos.
LLEGAN
LOS RUSOS
El Chazma, un “buque de seguimiento de misiles”, otro barco espía en este caso soviético, se acercó al Explorer, y comenzó a navegar en círculos a su alrededor, mientras un helicóptero lo sobrevolaba fotografiando lo que sucedía. Luego envió varios mensajes por radio solicitando información sobre la “operación minera”. Tras permanecer unos días por la zona, se marchó para alivio de los agentes de la CIA. Pero poco después llegó un barco “pesquero” ruso, que esta vez se acercó en varias ocasiones hasta menos de 100 metros del Hughes Glomar Explorer. ¿Los habían descubierto? ¿Cómo se habían enterado de todo los soviéticos? Para mantener el secreto de la operación, y por si algún tipo de información sobre sus planes se filtraba, la CIA había llegado hasta el extremo de construir otro barco casi idéntico al Hughes Glomar Explorer, aunque verdaderamente dedicado a las perforaciones submarinas, que en aquellos momentos operaba en la zona donde los soviéticos creían que se había hundido su submarino.
Podríamos
pensar que la culpa era de Walker, el “topo” en la Marina, y de su red de espías,
pero la verdad es que la CIA había llevado la operación totalmente al margen de
la armada estadounidense, y no porque sospechasen que hubiera en ella un espía.
Como ya he dicho Walker continuó vendiendo tranquilamente información hasta
1985, cuando su exmujer, tras una monumental bronca conyugal y totalmente
borracha, llamó al FBI y lo largó todo. Y aun así no la creyeron. La CIA,
simplemente, quería apropiarse en solitario de la información que pudieran obtener.
EL RESCATE
Finalmente el barco “pesquero” abandonó la zona ante las amenazas del Hughes Glomar
Explorer de llamar a la armada norteamericana para que lo expulsase y la
operación de rescate pudo dar comienzo. La gigantesca plataforma descendió hasta
situarse sobre el pecio, y sus garras se accionaron y sujetaron el K129. Lentamente,
fueron izándola, y con ella al submarino hundido, que se despegó del suelo
marino en el que reposaba desde hacía más de seis años con un suave crujido. El
entusiasmo se desató en el Hughes Glomar Explorer. Con mucho cuidado, centímetro a centímetro para evitar los
efectos de las vibraciones y la descompresión, el submarino soviético fue
subiendo hacia las gigantescas bodegas abiertas del barco de la CIA...
Y,a partir de aquí, una vez más, las versiones difieren. Según la CIA, solo se
pudo recuperar una parte de la proa, lo que incluía un par de torpedos
nucleares y los cadáveres de seis tripulantes, de los cuales tres fueron
identificados como Víctor Lokof, Vladimir Kostiusko y Valentín Nosachev, y a
los que rápidamente se dio sepultura en el mar, con una ceremonia digna, dado
su alto estado de irradiación.
EL
COSTE
El
coste oficial del proyecto Azorian fue de 800 millones de dólares de esa época,
que equivaldrían a más de 5.000 millones actuales, una cifra que puede no parecer
demasiado elevada. Pero, sobre esto también hay más que serias dudas.
¿Realmente
fue solo ese el coste de desarrollar las tecnologías que permitieron llevar
adelante el proyecto Azorian, construir dos barcos únicos, las instalaciones y
laboratorios en tierra, la gigantesca campaña de desinformación...? Hay quien,
directamente, pone un 0 más a la derecha de la cifra.
EL
DESCUBRIMIENTO
Apenas unos meses después de darse por concluida la misión de rescate, un reportero de
investigación del New York Times, el mismo periódico que había hecho público,
junto al Washington Post, el escándalo Watergate, recibe un chivatazo, una filtración
si se prefiere, de una fuente anónima sobre el proyecto Azorian. Ya se sabe que,
en una parte importante de los casos, el “periodismo de investigación”
simplemente actúa como altavoz de filtraciones siempre interesadas, véase el
propio Watergate. El periódico se puso en contacto con el director de la CIA, y
aceptó la “sugerencia” de este para que retrasasen la publicación alegando que si
se daba a conocer lo sucedido en ese momento, “provocaría un grave incidente
internacional” y “dañaría la posición de los Estados Unidos”, prometiéndoles a
cambio un jugoso dosier completo cuando fuera el momento. Pero pocas semanas
después Los Ángeles Times dio a conocer los primeros datos sobre lo sucedido, y
ante eso el NYT se decidió a publicarlo a su vez, y fue este reportaje el que
popularizó la historia.
Se
ha especulado mucho sobre el origen de estas filtraciones, igual que en casos
similares, pero la explicación más plausible es que fuera la propia CIA. Una
vez finalizada la operación, y ante el hecho de que los soviéticos ya debían
estar al tanto de la verdadera naturaleza y objetivos del proyecto gracias a
los barcos espías enviados a la zona, decidió hacer pública su versión de la
historia. En ella el proyecto Azorian no aparecía como un fracaso, ya que se
recuperaron varias armas nucleares, pero sí que dejaba claro que no habían
logrado obtener los libros de claves ni las máquinas de desencriptación, por lo
que no era necesario que los rusos las cambiaran. Todo muy conveniente.
No
parece que en esta ocasión lograran su objetivo, porque se supone que los
soviéticos modificaron sus sistemas de encriptación. A fin de cuentas, nadie
iba a darles a ellos lecciones de desinformación.
Pero
todo esto son especulaciones, porque a día de hoy toda la documentación
relativa al K129, al USS Scorpion y al propio proyecto Azorian sigue siendo
secreta. Y lo es hasta tal punto que ha dado lugar a una nueva palabra “Glomarizar”.
Cuando
un periodista, amparándose en la Ley de Libertad de Información, solicitó a la
CIA que respondiera a sus preguntas sobre el proyecto Azorian, esta contestó
que no estaba en condiciones de afirmar o negar la existencia del proyecto ni
de la documentación que le solicitaban. Desde entonces a este tipo de
respuestas que en realidad no dicen nada, se les llama “respuestas Glomar” o “glomarizadas”,
por la Global Marine y el Hughes Glomar Explorer.
Por
cierto, sobre la gigantesca campaña de desinformación con la que se encubrió el
proyecto, nadie dijo nada.
LAS
DUDAS
¿Cuál era la misión del K129? ¿Cuál fue la causa de su
hundimiento? ¿Por qué los soviéticos, y ahora los rusos, estuvieron, y están,
convencidos de que los responsables de su pérdida, pero no de la de otros
submarinos suyos, fueron los norteamericanos? ¿Hundieron el USS Scorpión
en represalia? ¿La operación Azorian fue un fracaso o un éxito?
De
todo los secretos, misterios y dudas que rodean el proyecto Azorian hay una que
siempre, desde que se descubrió el asunto, ha estado sobre la mesa: aunque nadie gasta con más alegría que los gobiernos el dinero de sus contribuyentes,¿realmente tenía sentido semejante dispendio, las
extraordinarias medidas adoptadas, la gigantesca campaña de desinformación de
la opinión pública?
La
tecnología de los misiles rusos ya era conocida por los americanos, igual que
las de sus submarinos y barcos, gracias a múltiples espías y desertores. Los libros
y máquinas de encriptación no servían de nada sin los códigos cambiados a
diario, y en cuanto los soviéticos sospecharon que podían haber caído en manos
de sus rivales modificaron todo el sistema. No iban a repetir el mismo error
que los estadounidenses con el USS Pueblo.
¿Había
algo más en aquel submarino de lo que nadie ha hablado hasta ahora?
Por
otra parte, las tecnologías desarrolladas en el Hughes Glomar Explorer podrían haberse utilizado para múltiples operaciones
en el mar. Desde la arqueología submarina hasta el rescate de todo tipo de
pecios modernos. Eso incluye los
numerosos submarinos que, sin alcanzar la escalofriante cifra de 1968, se han
ido perdiendo en el medio siglo transcurrido desde entonces, varios norteamericanos,
y el último el argentino ARA San Juan, pudiéndose, quizás, haber salvado
cientos de vidas. Pero se dejó
languidecer el barco en algún muelle olvidado del gobierno. Oficialmente, la
marina no mostró interés por el proyecto, y los inversores privados se
mostraron reticentes a arriesgar su dinero en un asunto donde casi todo era, y
sigue siendo, secreto. Finalmente, el Hughes Glomar Explorer fue
barateado, privado de sus elementos de rescate, para ser utilizado como plataforma
para perforaciones submarinas. En el año 2015 fue desguazado.
En resumen, lo único que deja claro este asunto es que las
novelas, el cine y los medios de comunicación dedicaron infinidad de esfuerzos
a edulcorar, o tergiversar directamente, las historias de una guerra que, con
más frecuencia de lo que pensamos, no fue tan fría.
Y que no debemos creernos sin más todo lo que nos cuentan.
Maravilloso artículo Enrique. Enhorabuena.
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