Materno, el hombre que pudo ser "Gladiator" (si los guionistas de Hollywood hubieran oído hablar de él).


Seguro que con frecuencia han usado la expresión “es una historia de película”, para referirse a un relato que de tan extraordinario parece pura ficción. Bien, pues les aseguro que la aventura que voy a contarles y de la que, probablemente, jamás hayan oído hablar, es una verdadera “historia de película"

La principal fuente sobre la vida de nuestro protagonista es el historiador Herodiano, tendenciosa y muy hostil, como es lógico en alguien que estuvo durante la mayor parte de su vida al servicio de la casa imperial. Pero podemos usar los datos que aporta, obviando las valoraciones y opiniones del autor. 

«Materno –nos cuenta– había cometido muchos crímenes horribles. Había desertado del ejército y persuadido a muchos otros para huir con él, de forma que pronto llegó a capitanear una enorme turba de bandidos»

Era, pues, un ex-soldado, que había abandonado el ejército, probablemente coincidiendo con la subida al poder de Cómodo o al poco de la misma. En esa época hubo un gran descontento entre los militares al ver como los frutos de sus años de durísimas campañas junto a Marco Aurelio eran tirados por la borda por su sucesor, que firmó una paz vergonzante con los bárbaros para poder volver a toda prisa a Roma.

Materno no era, sin duda, un soldado raso, si no un oficial y de mucho prestigio entre sus hombres, como demuestra el hecho de que tras abandonar las legiones son multitud los dispuestos a correr el inmenso riesgo de desertar —los castigos impuestos por el código militar romano eran espeluznantes— para unirse a él. Y hay que tener en cuenta que no encabezó ningún motín ni sublevación, por lo cual no podía ofrecerles ni ascensos ni poder. Simplemente huyó y muchos de sus soldados, sin recompensa a la vista, decidieron seguirlo y asumir su incierto destino. Esto ya nos dice mucho sobre la clase de hombre que fue.

«Al principio atacaron y saquearon aldeas y granjas, pero a medida que Materno amasaba una considerable fortuna, se reunieron en torno suyo un grupo cada vez mayor de criminales, atraídos por el abundante botín que repartía equitativamente entre sus hombres. Como resultado, más que bandidos llegaron a parecer tropas enemigas.»

Dejando al margen las acusaciones de bandidaje, habitualmente lanzadas por el poder contra cualquier grupo rebelde, vemos que al núcleo original de veteranos legionarios se les unieron muchos civiles de los territorios donde actuaban. Y que Materno era un jefe justo, puesto que incluso sus adversarios reconocen que repartía el “botín” de manera equitativa.

También sabemos que actuaban de forma organizada, con disciplina militar, como soldados.


En este punto conviene hacer un pequeño análisis histórico. Cómodo estuvo entre los emperadores que prefirieron basar su poder en el apoyo de las masas en vez de en las élites representadas por el senado. Esto, naturalmente, hizo que, como el resto de sus colegas que adoptaron la misma política, sea presentado por los historiadores romanos, todos pertenecientes a esas élites, de forma muy negativa. El pueblo, sin embargo, lo adoraba, ya que le obsequió con un sin número de fiestas y espectáculos. Pero era el pueblo de la ciudad de Roma el único que se beneficiaba de esta forma de actuar, el del resto del imperio, por el contrario, debía pagar con sus impuestos las facturas. El malestar en el ejército y en la nobleza dieron origen a una verdadera sucesión de conspiraciones destinadas a acabar con el joven emperador, que respondió exacerbando su política de derroche lúdico en busca de respaldo entre la plebe. Y para financiarlo aumentó sus exacciones a la nobleza y la presión fiscal sobre las provincias, ya exhaustas tras las interminables guerras de Marco Aurelio, hasta límites difíciles de soportar. En este contexto hay que entender tanto la aventura de Materno como otros desórdenes que se produjeron en ese periodo, y que presagiaban los desastres por venir.

«Atacaron entonces ciudades más grandes y liberaron a todos los presos, independientemente de las razones de su encarcelamiento, convenciéndoles para unirse a su banda en agradecimiento por los favores recibidos.»

La rebelión capitaneada por nuestro hombre ha dado ese vital salto cualitativo: de estar constreñida al campo pasa a actuar en las ciudades. Como un verdadero Robin Hood, asalta las prisiones y libera a quienes estaban allí retenidos, muchos sin duda por no poder pagar sus impuestos, sumándolos a su banda, que empieza a controlar de facto un amplio territorio. La gran diferencia es que Materno es un personaje histórico, no una invención literaria como su colega inglés.

A propósito; ¿de dónde era Materno y dónde actuó?

«Los bandidos vagaron por toda la Galia e Hispania, atacando incluso las ciudades más grandes, algunas las quemaron, pero el resto las abandonaron después de saquearlas».

Lo primero mencionar que no hay pruebas arqueológicas que respalden esas supuestas destrucciones e incendios en el área que Herodiano menciona, por lo cual hay que considerar esta acusación como un elemento más de propaganda. Sí que se han encontrado multitud de “tesorillos” de esa época, signo inequívoco de inestabilidad y disturbios.

Normalmente, cuando alguien huye suele tratar de regresar a su casa, a su tierra, buscando refugio entre los suyos. En ese caso procedería de la Tarraconensis o de Aquitania, epicentros de su actividad.

En cuanto a la familia, solo sabemos de él que se llamaba Materno, sin más, algo poco común entre los romanos, lo cual puede indicar una omisión deliberada por parte del cronista. Este no era un nombre desconocido en Hispania, sin contar a Materno Cinegio, el propietario de la Villa de Carranque en tiempo de Teodosio, sabemos de, al menos: un Materno abogado, de Bilbilis y amigo de Marcial; un Curio Materno, conocido orador de la Bética; y sobre todo de Marco Cornelio Nigrino Curiacio Materno, de Edeta. Fue cónsul tres veces, general, héroe condecorado y hombre de confianza de Domiciano, que le nombró gobernador de Siria. A la muerte de este compitió con Trajano para suceder a Nerva, y perdió, tras lo cual cayó en desgracia. Pese a ello su familia probablemente siguió formando parte del clan hispano que dominó la política romana desde entonces hasta, justo, el reinado de Cómodo.


En resmen, Materno pudo muy bien ser hispano de la Tarraconensis.

«Cuando se le informó de estos hechos, Cómodo sufrió un violento ataque de ira, y envió despachos amenazantes a los gobernadores de las provincias involucradas, acusándolos de negligencia y ordenándoles levantar un ejército para hacer frente a los bandidos»

La reacción imperial nos da una idea de la importancia alcanzada por la rebelión. Gibbon sospechaba que solo la inacción de estos gobernadores explica el éxito de Materno, por el que sentirían cierta simpatía, y creyó que, quizás, compartía con ellos el botín. Entre los destinatarios de la misiva de Cómodo estaban el legado en Aquitania, Pescenio Niger, y el gobernador de la Galia Lugdunense, Séptimo Severo. Ambos eran dos veteranos militares, pertenecientes a lo más granado de la sociedad romana, y competirían por el trono unos años más tarde, tras la muerte del emperador. Es dudoso que arriesgaran su carrera por un bandido a cambio de una porción de su botín; si de verdad consintieron sus acciones, su motivación tuvo que ser política. Un respaldo político sin el que no se explican los acontecimientos que sucedieron a continuación.


«Cuando estos se enteraron [los hombres de Materno], se fueron de las regiones que habían estado devastando, deslizándose inadvertidamente, en pequeños grupos, hacia Italia, por una vía rápida, pero difícil. Ahora Materno conspiraba para una apuesta más grande: alcanzar el imperio. Ya que todo lo que había intentado lo había conseguido más allá de sus más audaces esperanzas, concluyó que si se decidía a llevar a cabo algo aún mayor conseguiría tener éxito, y en caso contrario, dado que era imposible huir para siempre del peligro, si había de morir no lo haría, al menos, oscuro y desconocido.»

El enfrentamiento entre los desertores y sus antiguos camaradas de las legiones nunca llegó a producirse. Dado que aquellos que habían respaldado en secreto la rebelión se veían, llegados a ese punto, obligados a elegir entre combatirla por las armas o sumarse abiertamente a ella, se buscó una solución: Materno y sus hombres se desplazaron, sin que nadie se les opusiera ni avisara al emperador de su presencia, hasta Italia, al corazón del poder imperial. 

Eso es del todo imposible. Hablamos de una partida de un tamaño tal como para requerir que se reclutase un ejército para combatirla. Por muy astuto que fuera Materno tuvo que tener la ayuda de personajes muy importantes de la administración y la milicia que hicieron “la vista gorda”, y esto solo es posible si era alguien de cierta alcurnia con contactos en las altas esferas. Su pretensión de ocupar el trono no hace sino reforzar esta hipótesis; aún no estamos en tiempos de Maximino el Tracio y era inimaginable para un simple soldado alcanzar la púrpura imperial. 


Fue justo ese punto, la persona destinada a alcanzar el poder, el que marcaría el destino de esta y de tantas otras conspiraciones.

Nuestra aventura se acerca a su fase final.

«Pero una vez allí comprendió que no tenía un ejército lo suficientemente potente como para enfrentarse a Cómodo en igualdad de condiciones y en abierta oposición (pues la mayoría del pueblo de Roma todavía estaba bien dispuesto hacia el emperador, y contaba con el apoyo de la Guardia Pretoriana), por lo que decidió equilibrar esta desigualdad de fuerzas gracias al engaño y la astucia.»

Según se acercaban a Roma el respaldo a Cómodo crecía y, por tanto, disminuía el de los rebeldes. El único camino que les quedaba parecía ser la retirada o un enfrentamiento incierto, cuando no directamente suicida, con la Guardia Pretoriana y el resto de las fuerzas que respaldaban al emperador. Pero nuestro protagonista ideó un plan capaz de proporcionarles la victoria con un derramamiento mínimo de sangre:

«Este es el plan que llevó a cabo para lograrlo: Cada año, en un día marcado a principios de la primavera, los romanos celebran un festival en honor de la madre de los dioses, Cibeles. Todos los valiosos adornos de la deidad, los tesoros imperiales y objetos maravillosos de todo tipo, tanto naturales como artificiales, son llevados en procesión ante esta diosa. Se concede licencia para celebrar con libertad todo tipo de festejos, pudiendo cada cual disfrazarse de lo que desee. No hay oficio tan importante o sacrosanto como para que se le prohíba nadie poner su uniforme distintivo y unirse a la juerga, ocultando su verdadera identidad y, en consecuencia, no es fácil distinguir lo verdadero de lo falso.»

Este le pareció Materno un momento ideal para poner en marcha su plan sin ser detectados. [marzo de 187] Él y sus compañeros se vistieron con el uniforme y el equipamiento de la Guardia Pretoriana, esperando a mezclarse con los verdaderos pretorianos y, después de ver parte del desfile, atacar a Cómodo y matarlo mientras no había nadie de guardia.»

El plan no solo era imaginativo y audaz: era políticamente muy astuto. Materno aspiraba a matar a Cómodo por su propia mano en medio de la muchedumbre y de la Guardia Pretoriana. Si tras hacerlo lograba allí mismo, sobre el terreno, el apoyo de ambos, algo factible si era un personaje conocido y de cierta alcurnia —la multitud adora a los héroes, y la guardia necesita un emperador que les garantice sus abultadísimos salarios— ocuparía el trono, convirtiendo la aprobación del senado en un mero trámite. 

Pero, quizás, esa fue la semilla de su perdición.


«Pero el plan fue delatado por alguno de los que lo habían acompañado a la ciudad. (Ya que preferían ser gobernados por el emperador y no por un jefe de bandidos.) Antes de su llegada a la escena de la fiesta, Materno fue capturado y decapitado, y sus compañeros sufrieron el castigo que merecían. Después de sacrificar a la diosa y hacer ofrendas de agradecimiento por haber escapado del peligro, Cómodo continuó con la fiesta. El pueblo siguió celebrando la liberación de su emperador aún después de que el festival llegase a su fin.»

Un chivatazo en el último momento dio al traste con su plan y con su vida. Cómodo aprovechó esta apurada salvación para aumentar su popularidad entre la plebe y purgar a unos cuantos supuestos enemigos. Su reinado se prolongó unos años más hasta que otra conspiración acabó con él.


La rápida eliminación de Materno, sin tortura, sin juicio para implicar a sus cómplices y sin ejecución pública espectacular, parece indicar, una vez más, que no era un simple legionario y bandido, sino alguien con contactos y apoyos, al que convenía hacer desaparecer de inmediato.

¿Quién lo delató? Herodiano nos cuenta que fue uno de los hombres que le habían seguido a Roma. No es imposible que alguno de ellos decidiera que el plan era demasiado audaz y tratara de llegar a un acuerdo por su cuenta, pero que lo hiciera «porque prefería ser gobernado por el emperador y no por un jefe de bandidos» resulta absurdo. ¿Si opinaba así por qué se unió a él? El motivo alegado más bien parece apuntar a algún cómplice en las altas esferas deseoso de arrebatar el poder a Cómodo, pero no para entregárselo a otro… que no fuera él mismo.

¿Se imaginan la película? Las batallas; la deserción; la decisión de multitud de legionarios de seguirlo; los modestos inicios; el apoyo de la población; el asalto a las prisiones; la intriga política; la ira del emperador; la marcha a Italia y el gran final: con las calles de Roma repletas de una multitud festiva, él y sus hombres se abren paso disfrazados de pretorianos. Entonces, cuando ya tienen al malvado emperador a la vista…

Lástima que los guionistas de Hollywood sepan tan poca historia.



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